Llegué al hotel ardiendo de deseo. Imágenes lujuriosas habían estado taladrando mi cabeza durante la noche, sustituyendo la tranquilidad del sueño por la fogosidad de un futuro encuentro entre dos diosas. Todo esto había pasado tras una conversación con mi novio en la que nos dio por hablar sobre esta chica. Yo le afirmaba que –de gustarme- me la follaría. Soy completamente honesta en este tipo de cosas y no me freno al hablar. Él se excita con el comentario. Le gusta ver cómo me siento con derecho de cogérmela, cómo pienso que esa decisión es sólo mía. Y mía sólo era.
Tras un par de correos electrónicos acordamos vernos. De plano, la tía puso una condición: en esta primera cita sería ella quien tomaría la iniciativa. Yo tendría que entregarme a su juego, dejarme llevar, ceder el poder y sólo tener el placer de recibir. Yo acepté. Me causaba curiosidad ver qué tanto me haría.
Quedamos al final de la jornada laboral. Yo había tenido un par de reuniones importantes para las que había utilizado –a propósito, claro- un atuendo imponente, fino, seductor. Las reuniones habían sido para negociar un acuerdo y los “contrincantes”, resultaron ser dos hombres débiles de carácter que cedieron en sus demandas con sólo verme. Mi día, en su transcurrir, no hizo más que fortalecer mi sentido de dominación.
Se abrió la puerta de la habitación y estaba ella. Se había cambiado. Se había puesto tan “cómoda” como protagonista de peli porno. No hubo palabras, ni saludos. Las dos sabíamos que teníamos una cuenta pendiente. La vi y me gustó. Me sentí atraída. Tenía unos pechos increíbles que parecían burlarse de la poca tela que sin éxito trataba de cubrirles atrapando descaradamente mi mirada. Su abdomen, completamente plano y definido, daba fe de que aquel era un cuerpo ejercitado.

Un beso cálido interrumpió mis pensamientos. Solté la cartera al piso y me entregué al juego. Sus labios rozaron los míos. Su lengua recorrió mi cuello, mi oído. Chupó mis pechos por encima de la blusa. Notó que no llevaba sostén y se concentró en mis pezones. Mis tetas estaban duras, erguidas, sensibles.
Yo estaba apoyada a la puerta. No había dado ni un solo paso dentro de esa habitación cuando ya sentía mi coño mojado. Era evidente que ella también se había imaginado este encuentro y había calculado paso a paso cada uno de sus movimientos.
Inesperadamente se lanzó al piso, a mis pies. Lamió mis dedos a través de las sandalias y recorrió con su lengua mi pierna derecha hasta la rodilla, cambiándose a la izquierda para recorrer el entre muslo. Su cabeza quedó metida entre mi falda, su lengua, enredándose en mis bragas. Notó que la humedad traspasaba la tela y se dio cuenta de lo mucho que lubricaba. Suavemente me despojó de las bragas y comenzó a comerme el coño.
Yo seguía apoyada a la puerta, ahora con las piernas más abiertas. Esta tía era una diosa traga coños. No veía lo que hacía, sólo sentía cómo me lamía. Apretaba y aflojaba, cambiaba el ritmo, subía a mi clítoris, bajaba hasta casi llegar al ano. Metía su lengua y me follaba con ella. Movía su rostro, se sacudía. Aspiraba como tratando de chuparse mis fluidos. Se separaba, regresaba con un lengüetazo, otro. Soplaba, volvía a lamer, apuraba la lengua y con ella me masturbaba. Aquella era una mamada perfecta, pensé. Me hizo acabar con intensidad. No sólo temblaron las paredes de mi coño, sino todo mi cuerpo. Fue un tsunami de orgasmo, de esos que dejan como firma una sonrisa tonta en el rostro.
Tras semejante oferta de placer, se levantó del piso. Me vio fijamente. Su mirada era muy sensual. Tomó mi mano para invitarme a pasar, dejando claro que aquel orgasmo había sido la bienvenida.
De tomar había sólo whiskey. Sirvió dos, en las rocas. Me senté en un banquito alto, al lado del pequeño bar. Mientras ella servía los tragos yo me dedicaba a recorrer su cuerpo con mis ojos. La desnudaba con la mirada. Ella lo notaba y en consecuencia procuraba movimientos lentos, lascivos.
Regresó a mi lado y me extendió el vaso. Sorbí un trago generoso, me hacía falta. Mis piernas todavía temblaban del orgasmo. Ese era, sin lugar a dudas, la mejor comida de coño en toda mi vida, y mira que he tenido una larga lista de amantes que se han esforzado en dejar huella.

Seguimos sin intercambiar palabras. Yo dejaba de verle sólo para tomar de mi trago. Y ella dejaba de recorrer mi cuerpo con sus dedos, para tomar del suyo. Era una caricia suave con la que dibujaba garabatos por toda mi piel. Comenzó por los hombros, siguió por los brazos, pasó por el torso, las caderas, las piernas. Subía y bajaba pasando muy cerca de mis zonas erógenas, pero sin tocarlas. Su juego era hacer que la deseara y luego cortar el deseo. Sé muy bien cómo funciona…
Yo chupé un hielo y se lo di. Desabotonó mi blusa para dejar al descubierto mis pechos y comenzó a jugar con él. Las gotas que caían me recorrían con toda sensualidad. Ella sabía lo que hacía. Me excitaba con el frío y luego lo retiraba, metiéndoselo en la boca, acercándose a uno de mis pezones para lamerlo de un solo movimiento largo y extendido, sin apartar su mirada clavada fijamente en mis ojos … así como cuando se lame una polla de la base a la punta, sólo para recorrer su extensión y ver la cara de excitación de su dueño.
Poco a poco el hielo se fue derritiendo, mientras ella lo frotaba con su lengua sobre mis pechos. Me sentía caliente, mojada, con ganas de ser penetrada. Seguía sentada en el taburete, recostando mi espalda en la barra. Mis codos me sostenían, mientras dejé caer la cabeza hacia atrás y abrí más las piernas. Ella dio un paso al frente y se colocó muy cerca. La falda se me subió y quedó enrollada alrededor de mis caderas. Con su juego seductor, embestía su boca contra mi pecho mientras movía sus caderas contra las mías. Mi coño sólo recibía los golpes del ir y venir de su cuerpo; sólo eso, hasta que de pronto volví a sentir la humedad de sus labios, ahora fríos, ofreciéndome una vez más la destreza de sus movimientos en el arte de chupar coños. Me sentí agradecida, sabía que pronto vendría otro tremendo orgasmo.
Apoyé mejor las piernas en el piso, incorporándome a la posición vertical. Ella se separó un poco, pensó que yo estaba acabando con la secuencia. No lo entendió hasta que vio que sólo me estaba volteando. Ahora mi torso se apoyaba de frente sobre la barra. Se le hizo agua la boca al ver mi culo, “es un culo delicioso”, dijo. Eran las primeras palabras pronunciadas en toda la tarde y fueron las únicas. Yo simplemente la miré de reojo y comprendió que debía continuar chupando, es que aunque lo quiera no logro evitar mi condición de ama.
Mientras me comía el ano e introducía su lengua con suavidad, sus dedos se encargaban de mi clítoris. Yo estaba muy mojada y mis fluidos hacían que la masturbación incluso sonara sensual. Ella bajaba del culo al coño para tragárselos y excitarme aún más. Así sobrevino otro orgasmo. Era como si supiera con exactitud en dónde tocar y a qué velocidad. Comprendí que ésa era su especialidad, y terminando de apoyar mi torso sobre la barra me impulsé hacia adelante, dejando más en alto mi cuerpo. Se sentó sobre el taburete y literalmente sumergió su cara entre mi culo. Le alcancé otro hielo, que introdujo con sus labios en mi ano. Lo metía y, al salirse, lo chupaba. Se derritió casi de inmediato. Yo estaba hirviendo.
De pronto se alejó. Me quité la falda, me monté sobre la barra y la esperé acostada, de piernas abiertas y dobladas. Ella apareció con un arnés, una polla grande y suculenta con la que finalmente me penetró. La introducía con fuerza y yo respondía agarrándome del borde de la barra, no sólo para aguantar, sino para contrarrestar el movimiento haciéndolo más profundo. Terminamos metidas en un jacuzzi. Fue una cogida fuerte, intensa, acorde con el ciclo de orgasmos que magistralmente me había estado proporcionando.