jueves, 4 de junio de 2009

Texas Holdem



Nos encontrábamos en Montecarlo. Era mi segunda vez allí. Ya yo había estado en los casinos muchos años antes de conocerlo. Me gusta viajar, eso es algo que he hecho de manera constante en mi vida, y que espero seguir haciendo.
En Montecarlo hay dos grandes casinos, los mejores del mundo. Teníamos cita en uno de ellos. Viajábamos en limusina y vestíamos de etiqueta. Yo había comprado en Milán el vestido que lucía esa noche, era de alta costura. Era una noche de lujos y excesos desbordados, que pagaba yo. Mi novio sumiso no tiene el nivel económico para satisfacerme en esos caprichos.
Quien ha ido a Montecarlo sabe que los casinos se encuentran elevados. Grandes escaleras demarcan el camino a la entrada. Es como subir de escala, entrar a un pedacito de cielo, ascender. Todo es parte del juego.
Un salón privado estaba preparado. La idea era apostar y apostar duro. Nos enfrentaríamos a algunos de los mejores jugadores del mundo. Él, mi novio, domina el póker, yo lo he ido aprendiendo. El pacto era el siguiente: quien gane gobierna en la noche y tiene derecho a escoger a quien quiera. De ganar, él tendría libertad de acción por esa noche, algo que nunca le había ofrecido antes.
El juego comenzó. Yo sabía que él podía ganarme, tenía mayor conocimiento. Sin embargo, yo contaba con mis poderes de seducción. Mis hombros, mis piernas… nunca fallan, es cuestión de piel. Muchos hombres me han dicho que jamás habían tocado una piel tan suave.
Las cartas se repartieron. Una jugada buena, otra regular. De vez en cuando hacía caer la manga de mi vestido para dejar por instantes mi pezón al descubierto. Me divierto al ver cómo los caballeros de la mesa pierden concentración.
La suerte llegó. Yo comencé a apostar, uno y otro montón de fichas, sin pestañeo ni dolor. No hubo rastro de titubeo. Lancé un bluff que dejó a todos sin aliento. Me llevé la mesa. Gané.
La noche era mía. Yo decidía con quién estar.
De haber ganado tú a quien habrías escogido? -le pregunté.
A usted, mi ama. -Respondió.
Yo en cambio escogí a uno de los otros jugadores. Uno muy guapo, por cierto, soltero famoso por sus relaciones promiscuas. Allí mismo, sobre la mesa, le follé delante de mi novio durante toda la noche. Fuimos pareja, hombre - mujer, sumiso - ama -este también resultó ser sumiso-, mujer-mujer… estuvimos de todas las formas y maneras posibles. A mi novio le correspondió ayudarme, chuparme el coño para que el otro me penetrara, empujarle del culo para que lo hiciera con más fuerza. Fue, hablando en el lenguaje de las cartas, nuestro comodín.
Me lo imaginé con tetas y me excité. Colaborando con mi amante, ayudándole a follarme. Sabe muy bien qué me gusta y cómo me gusta, por eso le aconseja. Sabe que hay posiciones que me encantan, pero en las que él -con su polla pequeña- no logra brindarme suficiente placer.
Tenerlos allí a los dos fue mi mejor premio, mi recompensa. A mi sumiso prometí recompensarle luego, de momento, sólo le dejé limpiarme el semen derramado de mi amante.

3 comentarios:

  1. Me gustaría ser ese hombre que escogió. Usted ganó en las cartas, pero él la ganó a usted y eso vale mucho más.

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  2. me gustaría ser su sumiso, le habría estado comiendo el coño por debajo de la mesa durante todo el juego, me gustaría ser su perro, su mascota, su fiel servidor

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  3. Hola, soy Luis Eduardo.
    Me conformaría con servirle cada vez que esté con un amante, preparar su vagina, hidratarla antes y limpiarla después de la penetración de su amante.

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