Hoy es uno de esos días en los que quiero ser amada. No quiero follar con mi novio sumiso, quiero, siendo su ama, que me haga el amor.
Son dos cosas muy distintas que yo afortunadamente tengo con mi pareja. Igual podemos un día tener el encuentro más sublime, como otro, el más salvaje sexo. Igual podemos descubrirnos felices jugueteando y haciendo chorradas en la cama, como masturbarnos al teléfono mientras otro me folla. Igual me siento inmensamente feliz con una sesión de cosquillas y aplastes, que follándole con un arnés o vistiéndole de mujer. Igual… igual, igual.
En nuestra vida sexual somos dos artistas con una paleta llena de colores y derrochamos talento para crear desde el cuadro más clásico hasta el más sórdido e irreverente.
Hoy no quiero amantes, ni hombres ni mujeres, ya he tenido mucho de eso últimamente. Hoy quiero la caricia dedicada, la mano calmada que sabe dónde tocarme, que me conoce porque ha recorrido cada centímetro de mi cuerpo. Quiero la mano de ese que me quiere, que no sólo aspira tener sexo conmigo, sino que me ofrece su vida, sus sentimientos, su cuerpo. “Quiero la suerte de un amor tranquilo”, como dice la canción.
Quiero sentir su boca en mis pezones, sabiendo que están así de erguidos por él. Quiero escucharle susurrar a mi oído, con esa voz de hombre guapo y experimentado que tiene, cuánto me necesita. Quiero sentirle temblando de deseo, como tantas veces le he sentido ya.
Soy feliz sabiéndome dueña de sus más bajas pasiones, de sus más íntimos secretos, de su parte más débil y oscura, esa que jamás revelaría delante de sus compañeros y amigos, pero que expone libre delante de mí.
Quiero que sabiéndose sumiso y esclavo, se sienta querido. Quiero que sepa que aunque busque placer con otros hombres, a él regreso buscando ternura. Quiero que de mi pecho baje al coño y lo lama muy suavemente. Sabe que esta semana varias pollas han estado allí profanando ese lugar sagrado que quisiera reservarse sólo para él. Lo acaricia con su lengua y busca borrar huellas, deshacer todo recuerdo que no sea el suyo.
Le induzco a cambiar de posición, recostándole contra la pared para besarle y acariciarle. Lo hago con afecto, le dejo sentir todo mi amor. Siento cómo tiembla, cómo está feliz.
Me arrodillo entre sus piernas y le veo a los ojos. Sonrío y me dedico entera a darle placer.
Verme así, arrodillada, desnuda y sólo llevando mis botas, es una imagen que casi le hace explotar. Lo presiento y me detengo a tiempo, no quiero que acabe aún. Me tomo unos minutos para regresar, pero lo hago de manera directa, como una estocada a sus sentidos. Meto sus bolas en mi boca, las chupo como si fuesen de helado y paso a la base del pene. Me encanta comer pollas, lo disfruto enormemente. Me aparto de esta zona por un momento y me concentro en su ingle, en sus caderas, su vientre. Le aprieto los pezones y él grita de placer.
Me subo a darle un beso y mi boca huele a su sexo. Disfruta que sea así y no como otras veces que siente el olor de otro hombre mientras le beso a él. Su erección es divina, su polla está muy caliente. Tomo sus dedos y le dejo sentir la humedad de mi coño. Estoy desbordada.
Cambiamos nuevamente de posición en este baile que hemos iniciado hoy, para que apoyada contra la pared pueda él penetrarme. Se siente hombre, disfruta del placer de follarme, de brindarme placer. Siento que quiere meterse completo dentro de mí. Me hace acabar, pero él logra controlarse, sacando su polla a tiempo. Ahora mete sus dedos y hace presión. Una mano adentro y otra posada en mi vientre. Tiene una forma de excitarme así que sólo he sentido con él, me provoca hasta orinarme de tanto placer. Tras otro orgasmo, vuelve a penetrarme muy lentamente, pero esta vez se vale de sus palabras para excitarme aún más. “Eres mi diosa y vivo para ti”, susurra, mientras me coge ahora con más intensidad. Le aprieto las nalgas, se las rasguño, meto mis dedos en su hendidura y le rozo el ano.
En esa misma posición, yo de espaldas a la pared, frente a frente con él, me arrodillo y le pido que folle mi boca, mientras mis dedos hacen lo propio en su ano. Su polla entra y sale con rapidez, y es engullida y expulsada por mi garganta.
“Voy a acabar, no puedo más”, alerta; pero mis dedos en su ano le incitan a seguir adelante, a no detenerse y acabar lo comenzado. Tras un impresionante gemido, me alimenta con sus fluidos que disfruto como dulce miel...