Me acerqué a su cuello y me mantuve allí por unos minutos haciéndole escuchar mi respiración. El aire que brotaba de mi boca era caliente, sonoro, como aquel que expira el animal que avizora su presa, la acorrala, y anula sus movimientos. Ella así lo sintió. Comenzó a temblar, nunca había estado en una situación similar. Nos habíamos conocido por internet. A ella le gustan las mujeres, pero nunca había estado con una dominante. Habíamos intercambiado palabras y orgasmos, pero era esta tarde cuando por primera vez nos íbamos a encontrar. Le había pedido que viniera a mi piso, que utilizara un atuendo muy sensual, muy femenino. Esta chica tiene un cuerpo espectacular, de esos que alientan a la perversión. Su rostro, sin embargo, delata la inexperiencia que tiene en ese campo.
Subí la mano recorriendo la cara interna de su muslo y me detuve cuando casi palpaba su coño. Sentí lo caliente que estaba, tiendo a pensar que ya venía excitada camino al encuentro. Saqué mi mano y le dejé con las ganas de ser tocada. Su coño estaba palpitando de deseo. Le hice señas a mi novio. Él se arrodilló a un lado de nosotras para deshacerse de las bragas. Lo hizo muy lentamente para no rozar la tela con las piernas y así poderme mostrar cómo estaba de mojada. Las tomé en mi mano y se las puse en la boca para que las lamiera como un perro lo haría.
Rompí de un solo tirón los botones de la delicada blusa de mi putita. Su pecho se movía exaltado. Estaba excitada y nerviosa a la vez. Le hice señas a mi novio que seguía arrodillado oliendo y lamiendo las bragas, para que le introdujera dos dedos en su coño y me ayudara a relajarla. Ella encontraba esta interacción un poco extraña, había venido por mí y ahora tenía las manos de un hombre hurgando su clítoris. Me di cuenta de su incomodidad y me causó gracia. Me distancié un par de metros y le ordené a mi novio que le comiera el coño, que lo hiciera sin ningún tipo de delicadeza, que incluso se lo mordiera. Ella comenzó a suplicarle que parara, detente! –le decía-. Él no lo iba a hacer hasta que yo se lo indicara y sólo lo hice tras agotar la excitación de la escena.
Me acerqué con delicadeza. Le acaricié el rostro con muchísima ternura para que se calmara. Terminé de descubrirle el torso. Le quité la ropa y le acaricié muy lentamente los pezones. Estaban erguidos, agradecidos por mis caricias. La miré a los ojos, tomé con mi mano su cuello y tras darle un pequeño beso, un roce de labios, le dije que era muy hermosa.
Con la seña acordada, mi diligente esclavo apareció con dos pollas, una más grande que otra, pero las dos de tamaño considerable. Una, la vibradora, era para mí. La otra, más grande, era para él. Con esa forraría su polla y penetraría a mi chichita. Yo por delante y él por detrás. Yo marcaría el ritmo, él lo seguiría y entre los dos haríamos llorar de placer a esta perrita.