Estábamos en la piscina tomando el sol y unos cocteles deliciosos que ya habían causado su efecto en ambos. Nos sentíamos bastante alegres, la verdad, distraídos con uno de los tantos juegos que solemos compartir, pues somos de esas parejas que siempre están jugando. Este, en particular, lo inventamos a falta de recursos. Se llama “el …. más … ” y consiste en buscar entre la gente el parecido más grande a la frase que inventemos en ese momento. “El culo más grande”, “el peinado más estrambótico”, “el bikini más atrevido”… en fin.
Me tocó el turno y elaboré mi frase: “las tetas más apetitosas”. No fue una decisión fácil, había un par de ellas muy competitivas. Sus dueñas eran amigas. Una le echaba el bronceador a la otra mientras nos pillaron en el arduo proceso de observación.
Se han dado cuenta, dije. Mi novio trató de disimular pues se sintió avergonzado. Yo, por el contrario, mantuve fija la mirada. Las tías reaccionaron positivamente. La que recibía el bronceador se sacó la parte de arriba del bañador, mientras la otra continuaba concentrada en recorrer cada centímetro de su piel.
Decidí incorporarme a ese grupo. Le dije a mi chico: voy a ver de qué van estas dos. Las tías eran muy atractivas y muy conscientes de ello, además. Eran pareja y gustaban de experimentar con otras personas. La conversación se tornó picante desde el principio. Una de ellas extendió su mano y me rozó el pezón, indicándome que le gustaría lamerlo.
Les expliqué que me encontraba con mi novio y que quería participara en la situación. Le pedí a una de ellas se acercara y se le insinuara. Ella se le sentó encima y rozándole las tetas por la cara le dijo, síguenos que vamos a disfrutar en grupo.
Él, emocionado, buscó mi aprobación. Yo le hice señas para que continuara y se uniera a nosotras. En pleno pasillo, ya en la puerta de cuarto, comenzó la acción. Las manos de estas chicas recorrían nuestros cuerpos. Él no podía ocultar su polla dura y yo, mi coño mojado.
Pronto se abrió la puerta y sucedió algo que antes de incluir a mi chico habíamos planificado. Él debía quedarse afuera, amarrado como un perro que cuida la puerta. Debía mantenerse allí sentado, ladrar de vez en cuando y adoptar todo gesto animal. Le colocamos un collar al cuello y le dejamos oler nuestros coños, sólo eso.
La puerta se cerró y la acción comenzó. Aquello estuvo activo y ruidoso. Un trío entre tías es bastante excitante, sobre todo si las dos se muestran así de generosas. Mucho morbo encontraban además en que mi novio estuviese del otro lado de la puerta, sentado como un perro. De vez en cuando le gritaban y él debía ladrar. Pobre, parecía un animalito indefenso rogando por cariño.
Me tocó el turno y elaboré mi frase: “las tetas más apetitosas”. No fue una decisión fácil, había un par de ellas muy competitivas. Sus dueñas eran amigas. Una le echaba el bronceador a la otra mientras nos pillaron en el arduo proceso de observación.
Se han dado cuenta, dije. Mi novio trató de disimular pues se sintió avergonzado. Yo, por el contrario, mantuve fija la mirada. Las tías reaccionaron positivamente. La que recibía el bronceador se sacó la parte de arriba del bañador, mientras la otra continuaba concentrada en recorrer cada centímetro de su piel.
Decidí incorporarme a ese grupo. Le dije a mi chico: voy a ver de qué van estas dos. Las tías eran muy atractivas y muy conscientes de ello, además. Eran pareja y gustaban de experimentar con otras personas. La conversación se tornó picante desde el principio. Una de ellas extendió su mano y me rozó el pezón, indicándome que le gustaría lamerlo.
Les expliqué que me encontraba con mi novio y que quería participara en la situación. Le pedí a una de ellas se acercara y se le insinuara. Ella se le sentó encima y rozándole las tetas por la cara le dijo, síguenos que vamos a disfrutar en grupo.
Él, emocionado, buscó mi aprobación. Yo le hice señas para que continuara y se uniera a nosotras. En pleno pasillo, ya en la puerta de cuarto, comenzó la acción. Las manos de estas chicas recorrían nuestros cuerpos. Él no podía ocultar su polla dura y yo, mi coño mojado.
Pronto se abrió la puerta y sucedió algo que antes de incluir a mi chico habíamos planificado. Él debía quedarse afuera, amarrado como un perro que cuida la puerta. Debía mantenerse allí sentado, ladrar de vez en cuando y adoptar todo gesto animal. Le colocamos un collar al cuello y le dejamos oler nuestros coños, sólo eso.
La puerta se cerró y la acción comenzó. Aquello estuvo activo y ruidoso. Un trío entre tías es bastante excitante, sobre todo si las dos se muestran así de generosas. Mucho morbo encontraban además en que mi novio estuviese del otro lado de la puerta, sentado como un perro. De vez en cuando le gritaban y él debía ladrar. Pobre, parecía un animalito indefenso rogando por cariño.